Habiendo dicho esto, confesaré que me tomó dos semanas ponerme a escribir este artículo. Por qué? Sospecho que saben bien la respuesta.
Todos procrastinamos, pensemos en ello como si de una válvula de presión se tratara.
Procrastinar es una reacción fantástica que nuestro cerebro utiliza cuando necesita regular nuestras emociones. Lo que sucede es que no siempre somos conscientes de que esto pasa por una razón mas bien anímica, y no por simple desinterés, mala actitud, o falta de organización.
Una vez que nos damos cuenta que esta respuesta, casi automática e inconsciente, sucede con la intención de evitarnos un sinsabor emocional, se podría decir que podemos hacer uso de nuestra ahora consciencia, para encauzarse las próximas veces hacia actividades reactivas más sustanciales, no es así? si, pero no sólo es cuestión de consciencia, también lo es de determinación, y ahí se complica la acción.
No es que no tuviera tiempo para ponerme a escribir, mayormente no lograba concretar el enfoque que quería darle al artículo, y para ello, mi cerebro, optaba por invitarme a hacer otra cosa. Productiva, o no tanto.
Leí dos libros antes de sentarme por fin a escribir este artículo. Fue procrastinación productiva? quizá, pero procrastinación de cualquier forma. También pude haberme sentado a jugar videojuegos (si fuera buena para alguno), pasear con mis perros, ahogarme entre publicaciones de las redes sociales, o todas las anteriores.
Antes de cuestionar si nuestra reacción impulsiva tiene, tuvo o tendrá algún valor, o no, hay que evaluar por qué fue que caímos en ello, en primer lugar.
Justificar nuestras acciones es un hábito aprendido y difícil de ajustar, aún sabiendo sus consecuencias.
Desde pequeños, cuando nos cuestionan por lo que hacemos, nos preguntan “por qué?”, y algunos incluso nos ayudan con la respuesta, adjudicando que mucho, o todo, tiene que ver con nuestra conducta.
Nos encasillamos dentro de unos límites de comportamiento y capacidad, que muchas veces nos otorgan los demás y que, ciertos o no, nos definen.
Ahora bien, ningún hábito es imposible de potenciar o de mitigar. Pero eso sólo se logra con otros hábitos como la constancia, el compromiso, y la lista sigue.
Si no tenemos esos hábitos “base” y además tenemos una definición de nosotros mismos, llena de restricciones conductuales y competitivas, nuestro sistema de protección de la autoestima se considera mucho más vulnerable, y por ende mucho más reactivo.
Procrastinar es la salida de emergencia que tomaremos, en tanto nuestra actitud fluctue según cualquier incomodidad emocional que se suscite durante el día, desde actividades tediosas, responsabilidades desgastantes, rutinas frustrantes, relaciones vacías, aunado a la incapacidad de gestionarnos ante tales situaciones.
Leíste bien, gestionarnos, a nosotros mismos, ante tales situaciones, que pudieran o no, ser controlables.
Para muchos, procrastinar es una excusa que justifica retrasos, baja calidad, poco compromiso. Para otros, un herramienta poderosísima para liberar tensión, ocupando el tiempo en otro tema utilidad o esparcimiento, sirviendo, en cualquier caso, para lo que fue diseñado, dar un respiro.
A partir de que sabemos que procrastinar es más un llamado de auxilio anímico, que un comportamiento indiferente o de rebeldía. Labrar respuestas alternativas de cara a eventos frustrantes, se vuelve un tanto más realista, que la idea de forzarnos o sansionarnos.
Nuestro cerebro siempre intentará rescatarnos. No podemos evitar procrastinar, sin embargo, si podemos trabajar en las causas que disparan las alertas, y procurarlas bajo cierto control. Rediseñando nuestra ruta de escape, una que contenga lineamientos de acción y reacción flexibles, aunque consistentes.
En mi caso, estaba cansada, tres semanas trabajando doble turno, en la temporada en la que no sale el sol en días puede ser desgastante anímica, física, y mentalmente. Estaba agotada, así que me permití no escribir hasta que el sol se dignara a salir. Y habiendo salido el sol, no habría más excusas, ni más libros, ni, si fuese el caso, otro nivel en el videojuego, ese fue el trato. Y así que, una vez liberada la tensión, el artículo se escribió así mismo.
Cambia la intención y la dirección de tus acciones, desde su originación en tu mente.
Cambiar el “por qué?” por un “para qué?”, al igual que el “pero” por un “y”, te cambian la perspectiva de lo que estas por plantear, desde su conceptualización y hasta su objetivación.
Quieres hablar más de ello?