Existen muchos mitos detrás de la gente que persigue sus sueños. Se les tacha de invencibles o afortunados, pero la verdad es que solo son resilientes. La resiliencia no es un don, es un hábito que se forja. Y no, la constancia no evita los conflictos ni los miedos. Solo forja voluntades de bambú: resistentes, flexibles, renovables, y que, al final, flotan en las adversidades.
El mito de la vida sin pausas
Vivir a un ritmo competitivo, sin descanso, nos convence de que somos productivos. Aunque no tengamos claro lo que perseguimos, aunque no encontremos el valor en lo que hacemos. El miedo a “no pertenecer” o “quedarse atrás” nos hace creer que debemos estar siempre activos. La presión de la competencia, de la necesidad de reconocimiento y aceptación, quema, llevándonos al límite.
¿Pánico al resultado?
Dar un paso a lo desconocido siempre es incómodo, pero es al momento, por otro lado, no darlo nos destruye por mucho tiempo. El miedo al fracaso, a lo que pueda salir mal, nos paraliza y nos impide tomar la iniciativa que podría cambiar nuestro camino. No se puede tener la certeza del resultado si no hasta que decidimos actuar, y sin importar si obtubimos lo que esperábamos o no, haber dado ese paso nos hará poseedores de perspectiva, algo que sin duda vale más que la pericia de especular desde el “hubiera” que nunca pasó.
El tabú de cambiar de opinión, de meta o de dirección
Decidir cambiar no es rendirse, renunciar no es fracasar. Lo que no se vale es quedarse estancado en algo que ya no te mueve, solo por el miedo a empezar de nuevo, al qué dirán, o por la nostalgia del tiempo invertido. Cambiar de rumbo es una señal de crecimiento y consciencia.
El camino de una persona resiliente no es la ausencia de estos miedos, sino la capacidad de mirarlos de frente y transformarlos en combustible. Reconocer que la vida no es una carrera sin pausas, que el fracaso no es el fin, y que el cambio no es una derrota, es el primer paso para sobrellevar nuestras debilidades con nuestras fortalezas. Es aquí donde las lecciones más valiosas nos rescatan del tedio, del temor, y del vacío popular, y nos impulsan a seguir creyendo en nosotros mismos, creciendo.
Fallar como nutriente esencial
La sociedad nos enseña que equivocarse nos hace ver tontos o incapaces, pero fallar es un nutriente esencial para el fortalecimiento mental y espiritual. Es nuestra mejor oportunidad para aprender, mejorar y avanzar con más humildad y sabiduría.
Morir para Renacer, Dormir para Recargar
La persona resiliente hace las paces con su realidad imperfecta y acepta sus errores. Sabe que su energía es limitada y requiere descanso, no solo para recargar el cuerpo, sino para permitir que el cerebro asimile lo vivido. Es durante este momento de humildad, que se consolida el conocimiento.
Refugiarse en entornos que nutran
La vulnerabilidad no es debilidad, es una fortaleza. Las personas resilientes no están solas; se rodean de un entorno que nutre su espíritu, que las inspira, que les ofrece refugio y les resana con valores y actitud positivas, en un entorno seguro, que les permite crecer sin juicios.
3 Acciones para Empezar a Forjar tu Resiliencia
- Acepta la imperfección como parte del proceso. En lugar de buscar la perfección, enfócate en el progreso. Reconoce que los errores son datos valiosos que te indican cómo mejorar, no una señal de que no eres capaz, o de que es momento de detenerte.
- Define tu “porqué” y úsalo como tu ancla. ¿Qué es lo que te impulsa a seguir adelante? Cuando el cansancio o la frustración aparezcan, tu propósito será tu guía. Escribe tus metas y motivaciones en un lugar visible para recordarlas.
- Construye tu red de apoyo. Rodéate de personas que te inspiren y que no te juzguen por tus fallos. Comparte tus desafíos con ellas y aprende a escuchar sus perspectivas. La vulnerabilidad compartida es una fuente de fortaleza inagotable.
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