Uno de los malentendidos más comunes del concepto de disciplina, es la idea de que siempre debe ser perfecto.
Crecemos con el estigma de que si no hacemos las cosas bien y de buenas todo el tiempo, entonces no somos disciplinados. Nada más alejado de la realidad.
Ser disciplinado implica tener continuidad en cualquier actividad que desempeñemos. Esto suele resultar del compromiso o el interés que tenemos para con esa actividad, pero también puede ser por costumbre adquirida o heredada.
La disciplina es un hábito
Falso – La disciplina nos permite reforzar hábitos, así como también, confrontarlos. La disciplina es más una actitud de compromiso y determinación.
Actitud que puede variar según el valor que le resulte de cada actividad. Lo que quiere decir que, si una persona es disciplinada para ciertas cosas, le sería mucho más fácil comprometerse a tareas, incluso si no son de su total interés. Sin embargo, también le sería fácil discernir de aquellas actividades que no le generan valor.
En este caso, no quiere decir que dicha persona no sea disciplinada sino que, su actitud hacia las actividades que realiza durante el día, va en función del valor que le redituan. Percibiendo a valor como algo no precisamente monetario sino también de apreciación simbólica, emocional, de aprobación, de pertenencia, de crecimiento.
Los hábitos siempre son buenos, es cuestión de disciplina.
Falso – No todas las rutinas o costumbres son buenas, bonitas o positivas, de ahí que la idea de ser disciplinados se desvirtue o confunda, percibiéndose como viciosos, apasionados, impulsivos, o compulsivos, según la intensidad e intención con la que nos desenvolvemos en tales actividades.
Cuando una actividad se ha fusionado a nuestro subconsciente, recae en rutina, hábito o costumbre automática. Si dicha práctica trae consigo resultados nocivos, vale la pena trabajar conscientemente en desprendernos de tal inercia ineficaz.
Cualquier actividad que produce resultados positivos, conviene reforzarla y procurarla recurrente para que, si ha de convertirse en hábito automático, sea provechoso.
La disciplina, en ambos casos, toma un papel crucial, en tanto que es necesario recurrir a acciones continuas, concretas y constantes, que nos permitan desaprender, y reaprender rutinas.
Ser disciplinado = no salirse del plan
Falso – Si bien, ser disciplinado implica tener un régimen, seguir un órden, respetar un plan, y todo esto de forma constante. En la actualidad, la flexibilidad y adaptabilidad de nuestros planes, y en nuestra actitud de cara al reto que ello representa, es indispensable para sortear el ambiente laboral, y social, tan impredecibles, y no por ello somos menos disciplinados.
Siempre y cuando siga habiendo un plan, aunque general, que nos mantenga en perspectiva de nuestros objetivos y aspiraciones personales y profesionales.
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La percepción de disciplina varía de persona en persona, entre sociedades, incluso entre generaciones. Mucho tiene que ver, la forma de hacer las cosas, así como el objetivo que se persigue. No se puede generalizar, aunque si se pueden identificar ciertos parámetros o características a considerar.
Para ser disciplinados se requiere una actitud de compromiso. La continuidad y constancia de nuestros actos dependen de ello. El nivel de interés e intensidad varían según el valor que nos provea cada actividad. La disciplina nos ayuda a consolidar actividades, incluso si estas son de bajo interés. Lo mismo que nos indica determinantemente cuando una actividad no es relevante para nuestros planes.
Ser disciplinados, en cualquier entorno, requiere primero ser disciplinados con nosotros mismos. Por lo tanto, es indispensable reconocernos como un sistema que propone y demanda compromisos propios, para sólo entonces, fluir consistentemente, en los demás ecosistemas, sociales, laborales, familiares, escolares, como entes disciplinados y resilientes.
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