Estamos acostumbrados a forzar cambios en nosotros, desde posturas, actividades, decisiones, hasta hábitos, sin antes sustentar este ajuste a algún ideal que respalde y dé sentido a nuestra intención.

Es con un vago propósito que emprendemos este esfuerzo, en principio motivados por sus efectos tan esperados. Pero es que si el objetivo nunca fue claro o del todo convincente, con el tiempo se vuelve cuestionable, tedioso y confuso, lo que a la larga nubla nuestra visión y debilita nuestra voluntad, volviendo nuestros esfuerzos por demás insostenibles.

Hablar de cambios, casi de cualquier índole, implica mucho más determinación de lo que pensamos. De hecho, considero que nuestras reacciones son a consecuencia de nuestra convicción interna más que de nuestra postura externa. Por ello que si no convergen, dichas respuestas se identifican imprevistas y descontroladas, provocando frustración, desconcierto y confrontación, no solo entre nosotros mismos.

Un cambio de actitud permanente, por ejemplo, requiere sinergia entre ambas partes de nuestro ser. La acumulación de inconsistencias entre lo que decimos o hacemos y lo que pensamos o sentimos, nos llevan a desmoralizar nuestra integridad y desvalorizar nuestra atoestima.

Si no estamos siendo coherentes con nuestros valores, creencias, e inteciones, vamos perdiendo la seguridad, la confianza y el control de nosotros mismos y nuestras emociones. Lo que muchas veces termina en actitudes involuntarios, sobre todo en situaciones estresantes, y una actitud forzada e inestable.

Cambia la dirección de tus acciones, desde su originación en tu mente.

Sí que se puede cambiar de dinámicas, emprender retos nuevos cada tanto, y ambicionar alto. Pero ello no es sostenible a largo plazo si no se sustenta el cambio desde su intención.

Es cierto que para forjar hábitos se requiere constancia, preferentemente voluntaria, aunque en algunos casos, también forzada. Seguro identificas más de alguna rutina que ahora tienes y que adoptaste a base de recurrencia y exigencia de un perfil de autoridad. ¿Qué habría pasado si no hubieses tenido esa asesoría? ¿habrías continuado o habrías claudicado?

No siempre tenemos esa tutoría, sobre todo cuando de objetivos personales o sueños se trata, y cuando eso pasa y la intención no es clara perdemos el curso a falta de razones propias y contundentes.

La intención se denota desde la forma en la que nos referimos a dicho reto. Aun sin antes haber hecho nada por intentarlo siquiera, nuestro cuerpo, nuestra mente ya está mandando indicativos de resistencia, manifestando desinterés, hartazgo, o hasta desconfianza.

Cambia la perspectiva de lo que estas por decir o hacer,
desde su conceptualización en tu mente,
y hasta su ejecución con tus actos.

GabaViggiano

La postura con la que formules y procures tus ideales, así como la forma con la que confrontas sus desafíos, evidencían el nivel de compromiso y convicción que albergas de manera inconsciente.

Aun cuando intentes forzar el cambio, y lo consigas en corto plazo, esta divergencia entre lo que hacemos o decimos, y lo que sentimos o pensamos al respecto, terminará fracturando nuestra voluntad y autoconfianza.

Una actitud pesimista o desmotivada suele surgir de un conflicto de intereses entre sí mismo. Alínear este desbalance requiere de un gran esfuerzo de autoreflexión, ajustes y generación de acuerdos internos.

Si bien este trabajo de introspección es largo y profundo, puedes empezar por dar cada paso de tu día, de un modo más consciente, y en principio neutral, en medida de lo posible.

Cambia el “¿por qué?” por un “¿para qué?” y evitarás el prejuicio supliéndolo por un motivo, quita el “pero” de tus frases y pon un “y”, reduce la apatía promoviendo el interés y la ilusión.

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